martes, 20 de marzo de 2012

SOBRE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO (Por Umberto Eco)

Considero que el término “políticamente correcto” se utiliza hoy día en un sentido políticamente incorrecto. En otras palabras, un movimiento de reforma lingüística ha generado usos lingüísticos desviados. Si leemos el artículo que Wikipedia (una enciclopedia on line) dedica a lo PC (así se designa ahora, mientras no se produzcan confusiones con las computadoras o con el antiguo Partido Comunista), encontraremos también la historia del término. Parece ser que en 1793 el Tribunal Supremo de Estados Unidos (en el caso denominado “Chisholm versus Georgia”) argumentó que era muy frecuente citar un Estado en vez del pueblo, para cuyo bien existe el Estado, y que por tanto era not politically correct en un brindis hablar de Estados Unidos en lugar de “el pueblo de Estados Unidos”.

A comienzos de la década de 1980, el movimiento fue cuajando en los ambientes universitarios estadounidenses, como (sigo citando de Wikipedia) una alteración del lenguaje consistente en hallar sustitutos eufemísticos para usos lingüísticos referidos a diferencias de raza, género, orientación sexual o discapacidad, religión u opiniones políticas, con el fin de eludir discriminaciones injustas (reales o ficticias) y evitar ofensas.
Todos sabemos que la primera batalla de lo PC se libró para eliminar epítetos ofensivos para la gente de color, no solo el infame nigger sino también negro, palabra que en inglés se pronuncia nigro y que suena como un préstamo del español y evoca los tiempos de la esclavitud. De ahí la adopción, primero de black y, luego, en una posterior corrección, de african-american.

Esta cuestión de la corrección es importante porque subraya un elemento fundamental de lo PC. El problema no es que “nosotros” (que estamos hablando) decidamos cómo hay que llamar a los “otros”, sino dejar que los otros decidan cómo quieren ser llamados, y si el nuevo término les sigue molestando de algún modo, aceptar la propuesta de un tercer término.

Si uno no se encuentra en una determinada situación no puede saber qué palabra molesta y ofende a aquellos que sí se encuentran en esa situación; por consiguiente, debe aceptar su propuesta. El caso típico es la decisión de utilizar la palabra invidente en lugar de ciego. Se puede considerar legítimamente que no hay nada ofensivo en el término ciego y que su uso no solo no merma, sino que refuerza el sentido de respeto y solidaridad que se debe a quienes están incluidos en esta categoría (siempre se ha hablado con cierta nobleza de Homero como del gran vate ciego); pero si quienes pertenecen a esa categoría se encuentran más cómodos con la designación de invidentes, estamos obligados a respetar su deseo.

¿Le molesta el nombre de barrendero a la persona que se dedica a ese honrado trabajo? Pues bien, si así lo desean quienes ejercen ese oficio, utilizaremos la palabra técnico ecológico. Paradójicamente, si algún día los abogados se sintieran molestos con esta denominación (tal vez por el eco de términos despectivos como abogaducho o abogado de causas perdidas) y pidieran ser llamados técnicos legales, sería una muestra de cortesía atenerse a este uso.

¿Por qué a los abogados no se les ocurriría nunca cambiar su denominación (imagínense a Gianni Agnelli pidiendo ser llamado el técnico legal Agnelli)? Porque, obviamente, los abogados están bien considerados en la sociedad y disfrutan de una excelente situación económica. Por tanto, lo que ocurre es que muchas veces la decisión PC representa una forma de eludir problemas sociales no resueltos aún, enmascarándolos mediante un uso más educado del lenguaje. Si se decide que a las personas que van en silla de ruedas ya no se las llama minusválidas ni tampoco discapacitadas, sino personas con capacidades diferentes, y luego no se les construyen rampas para acceder a los lugares públicos, evidentemente se ha suprimido la palabra, pero no el problema. Lo mismo cabe decir de la sustitución de desempleado por desocupado de larga duración o de despedido por en transición programada entre cambios de carrera. Véase a este propósito el libro de Edoardo Crisafulli, Igiene verbale. Il politicamente corretto e la libertà linguistica, editado por Vallecchi, que desvela todas las contradicciones, los pros y los contras de esta tendencia.

Esto explica por qué un sector exige el cambio del nombre y poco después, aunque se mantienen intactas algunas condiciones de partida, exige una nueva denominación, en una huida hacia delante que podría no tener fin si, además del nombre, no cambia también la cosa. Se producen incluso saltos hacia atrás cuando un sector exige el nuevo nombre, pero luego en el lenguaje privado mantiene el antiguo, o vuelve a él como un desafío (Wikipedia observa que en algunas bandas juveniles afroamericanas se utiliza de forma arrogante la palabra nigger, pero ¡ay del que se atreva a utilizarla si no es uno de los suyos!; es parecido a lo que ocurre con los chistes de judíos, de escoceses o de leperos, que solo pueden contarlos los judíos, los escoceses o los habitantes de Lepe).

A veces lo PC puede incluso expresar cierto racismo latente. Recuerdo perfectamente que en la posguerra muchos italianos que desconfiaban todavía de los judíos, pero no querían pasar por racistas, para indicar que alguien era judío decían, tras muchísimas dudas, que era un israelí. No sabían que los judíos estaban orgullosos de que se les reconociera como judíos, aunque (y en parte precisamente porque) la palabra la utilizaban sus perseguidores como un insulto.

Otro caso problemático ha sido el de las lesbianas: durante mucho tiempo el que deseaba parecer correcto temía utilizar esta palabra, del mismo modo que no utilizaba los términos despectivos habituales para referirse a los homosexuales, y hablaba tímidamente de sáficas. Luego se descubrió que los hombres homosexuales deseaban ser llamados gays, y las mujeres se definían tranquilamente como lesbianas (debido, asimismo, a la carga literaria que encierra el término), por lo que era del todo correcto llamarlas así.

A veces lo PC ha cambiado realmente, y sin excesivos traumas, los usos lingüísticos. Cada vez es más frecuente, cuando se citan ejemplos generales, evitar hablar en masculino y hablar de ellos. Muchos profesores estadounidenses ya no dicen “cuando recibo a un alumno…”, sino que hablan de “estudiantes” o incluso van cambiando en los ejemplos, y a veces hablan de un he y a veces de una she; y ya se acepta la sustitución de chairman (presidente) por chairperson o chair. Incluso hay quienes bromeando con lo PC han propuesto cambiar el nombre del cartero, mail man, por el de person person, porque mail (correo) suena igual que male (varón).

Esas críticas surgen porque, una vez impuesto como movimiento democrático y “liberal”, que inmediatamente adoptó una connotación de izquierda (al menos en el sentido de la izquierda estadounidense), lo PC ha originado sus propias degeneraciones. Se consideró que mankind era una palabra sexista, debido al prefijo man, y que excluía de la humanidad a las mujeres, y se decidió sustituirla por humanity, ignorando que este término deriva etimológicamente de homo (y no de mulier). También para provocar, aunque con la misma ignorancia etimológica, algunos sectores del movimiento feminista han propuesto dejar de utilizar el término history (porque his es pronombre masculino) y sustituirlo por herstory.

La exportación de lo PC a otros países ha dado lugar a nuevos retorcimientos del lenguaje, y es de sobra conocida por todos la polémica (no zanjada) sobre si es más respetuoso llamar a una mujer abogada o abogado, y he visto que en un texto estadounidense se preguntan si es realmente correcto llamar poetess a una mujer poeta, como si fuese tan solo la mujer de un poeta (y también en este caso entran en juego los usos consolidados, porque entre nosotros poetessa [poetisa] está ya tan aceptado como professoressa [profesora], mientras que sonaría extraño y hasta ofensivo banchieressa o banchiera [banquera]).
Un caso típico de difícil traducción es precisamente el del cambio de negro a nero (negro). En Estados Unidos, el paso del tan connotado negro a black era radical, mientras que en italiano el paso de negro a nero suena un poco forzado. Y más porque el término negro tiene su historia legítima y atestiguada por muchas fuentes literarias: todos recordamos que en las traducciones de Homero que leíamos en la escuela se hablaba del “negro vino”, y han sido escritores africanos de lengua francesa los que han hablado de négritude.
En Estados Unidos, las degeneraciones de lo PC han impulsado la aparición de una gran cantidad de falsos y divertidísimos diccionarios PC, en los que a veces no se sabe muy bien si cierto término en realidad ha sido propuesto o se ha inventado con intención puramente crítica. De hecho, junto a sustituciones ya corrientes, se encuentran socialmente separado por encarcelado, funcionario del control bovino por cowboy, corrección geológica por terremoto, residencialmente flexible por vagabundo, ereccionalmente limitado por impotente, horizontalmente accesible por mujer de mala vida, regresión folicular por calvicie y hasta carente de melanina para indicar un hombre blanco.

En internet encontrarán la publicidad de la STUPID (Scientific and Technical University for Politically Intelligent Development), donde se anuncia que en su campus se han colocado señales de tráfico no solo en cinco lenguas sino también en Braille, y que se ofrecen cursos sobre la contribución de los aborígenes australianos y de los indios de las Aleutianas a la mecánica cuántica, sobre cómo la baja estatura (el hecho de ser vertically challenged) favoreció los descubrimientos científicos de Newton, Galileo y Einstein, y sobre la cosmología feminista, que sustituye la metáfora machista y eyaculatoria del big bang por la teoría del gentle nurturing, según la cual el nacimiento del universo se produjo por lenta gestación.

Se pueden encontrar en internet versiones PC de Caperucita Roja y Blancanieves (ya se pueden imaginar cómo se las ingenia un defensor de lo PC con los Siete Enanitos), y he encontrado una larga discusión sobre cómo hay que traducir “el bombero apoyó una escalera en el árbol, subió y rescató al gato”. Al margen del obvio principio PC, por el cual un bombero ha de ser como mínimo un vigilante del fuego, la traducción propuesta es muy extensa porque se trata de aclarar que el bombero en este caso concreto era un hombre pero que muy bien podría haber sido una mujer, que actuó en contra de la libertad del gato, que tenía todo el derecho de ir donde quisiera, que con la escalera puso en peligro la salud del árbol, dio por supuesto que el gato era propiedad de sus dueños, y subiendo con facilidad ofendió la sensibilidad de personas físicamente discapacitadas, etc.

Al margen de las exageraciones reales y de los efectos cómicos que estas exageraciones han provocado, lo PC ha suscitado desde el principio una violenta reacción por parte de los ambientes conservadores, que lo ven como una mojigatería de la izquierda y una imposición que atenta contra el derecho a la libertad de expresión. A menudo se compara con la neolengua de Orwell y (a veces directamente) con el lenguaje oficial del estalinismo. Muchas de estas reacciones son también mojigatas y, por otra parte, existe también un PC de la derecha, tan intolerante como el de la izquierda; basta con pensar en los anatemas lanzados contra los que hablan de “resistencia” iraquí.

Además, a menudo se confunde sugerencia moral con obligación legal. Una cosa es decir que es éticamente incorrecto llamar maricones a los homosexuales y afirmar que, si el que lo hace es un ministro, y lo hace además en papel con membrete del ministerio, hay que hablar solamente de miserable incivismo. Y otra cosa muy distinta es decir que si se expresa así ha de ser encarcelado (a menos que Tremaglia llame maricón a Buttiglione, en cuyo caso sería comprensible una querella con exigencia de reparación de daños morales). Pero, dejando aparte la vulgaridad de Tremaglia, no parece que exista ninguna ley que castigue con años o meses de cárcel a quien diga barrendero en vez de técnico ecológico, y en definitiva no es más que una cuestión de responsabilidad personal, buen gusto y respeto a los deseos ajenos.

No obstante, ha habido muchos casos en que, por haber hecho un uso políticamente incorrecto del lenguaje, han sido penalizados por la publicidad e incluso suprimidos programas enteros de televisión, y no son raros los escándalos universitarios en que un profesor es expulsado por no utilizar solo términos políticamente correctos. Y se entiende, por tanto, que el debate no sea simplemente la representación de un enfrentamiento entre liberales y conservadores, sino que a menudo se desarrolla a lo largo de líneas divisorias muy problemáticas.

No hace mucho tiempo, Los Angeles Times decidió como norma de su política editorial utilizar el término anti-abortion en vez de prolife (en defensa de la vida), puesto que este segundo término implicaba un juicio ideológico. Al revisar el artículo de un colaborador que hacía la reseña de una representación teatral, el redactor encontró la expresión pro-life, aunque usada en un sentido completamente distinto, y la sustituyó por anti-abortion, con lo que cambió el significado del texto. Cuando se hizo público el caso, el periódico presentó sus excusas y difundió el nombre del redactor responsable del error; pero entonces explotó un nuevo caso porque, como medida de protección de la privacidad del redactor encargado de revisar los textos ajenos, el periódico no tenía que hacer público su nombre.

Lentamente, sobre todo en Estados Unidos, hemos pasado del problema exclusivamente lingüístico (llama a los otros como desean ser llamados) al problema de los derechos de las minorías. Es natural que en algunas universidades los estudiantes no occidentales pidieran que se les impartieran cursos sobre sus tradiciones culturales y religiosas y sobre su literatura. Lo que ya no es tan natural es que los estudiantes africanos pidieran, por ejemplo, que los cursos sobre Shakespeare fueran sustituidos por cursos sobre literaturas africanas.

La decisión, si es que se aceptó su propuesta, aparentemente respetaba la identidad del afroamericano, pero en realidad le privaba de unos conocimientos útiles para vivir en el mundo occidental.
Hemos llegado a olvidar que la escuela no ha de enseñar a los estudiantes tan solo lo que quieren, sino también y algunas veces justamente lo que no quieren, o que no saben que pueden querer (de lo contrario, en las escuelas de primaria y secundaria ya no se enseñarían matemáticas o latín, sino solo juegos de rol en el ordenador; o el bombero dejaría que el gato fuera a retozar a la autopista, porque ese es su deseo natural).
Y llegamos al último punto de este razonamiento. Cada vez es más frecuente considerar PC cualquier postura política que favorezca la comprensión entre razas y religiones o incluso el intento de comprender las razones del adversario. El caso más significativo se produjo en un programa de televisión estadounidense, cuyo presentador, Bill Maher, a propósito del 11 de septiembre, criticó una frase de Bush en la que llamaba “cobardes” a los que atentaron contra las Torres Gemelas. Maher afirmó que de un kamikaze se puede decir todo menos que carezca de valor. ¡Ardió Troya! Inmediatamente hubo un descenso de la publicidad en ese programa, que acabó siendo suprimido. Ahora bien, el caso Maher no tenía nada que ver con lo PC, ni visto desde la derecha ni visto desde la izquierda. Maher expresó una opinión. Se le podía reprochar el haberlo hecho ante un público al que aún le dolía la tremenda herida del 11 de septiembre, se podía discutir, como hizo alguien, sobre la diferencia entre cobardía moral y cobardía física, se podía decir que un kamikaze está tan obnubilado por su propio fanatismo que en esa situación no puede hablarse ni de valor ni de miedo… Maher estaba expresando sus ideas personales, provocadoras si se quiere, pero no utilizaba un lenguaje políticamente incorrecto.

Asimismo, entre nosotros se ironiza sobre el exceso de lo PC por parte de quien manifiesta simpatía por los palestinos, pide la retirada de nuestras tropas de Irak o resulta demasiado indulgente con las demandas de las minorías extracomunitarias. En estos casos no interviene para nada lo PC, se trata de posturas ideológicas o políticas, que cualquiera tiene derecho a criticar pero que no tienen nada que ver con el lenguaje. Excepto que el descrédito arrojado sobre lo PC por los ambientes conservadores hace de la acusación de PC un óptimo instrumento para hacer callar a aquellos de quienes se disiente. PC se convierte así en una palabra fea, como está sucediendo con pacifismo.

Como puede verse, se trata de una cuestión complicada. Solo nos queda establecer que es políticamente correcto usar las palabras, incluida la de PC, en su sentido propio y, si se quiere ser PC en ese sentido, hacerlo utilizando el sentido común (sin llamar a Berlusconi persona verticalmente desfavorecida pendiente de poner remedio a una regresión folicular), ateniéndose solamente al principio fundamental de que es humano y civilizado eliminar del lenguaje corriente las palabras que hacen sufrir a nuestros semejantes.

miércoles, 14 de marzo de 2012

En (r)evolución permanente o permanent (r)evolution

“La utopía es un espejismo que podrá ser engañoso, pero que es eterno”. Esta frase la pronunció Emilio Castelar en el Parlamento español allá por el año 1869 dentro de su discurso de defensa de la I Internacional, lo que por entonces no eran más que movimientos sociales de los obreros en pos de conseguir mejorar sus condiciones de vida y laborales, manifestados a través de varios congresos europeos.

“Un pensador arrojado a las llamas desaparecerá en cenizas sobre las alas del viento; pero su idea inmortal, su idea incombustible fletará sobre todas las hogueras y se reirá de todos los verdugos, teniendo su luz en los senos de la conciencia humana”. Con estas palabras cerraba su intervención en la sala parlamentaria este insigne maestro de la política, la palabra, el ensayo y del periodismo, sesión en la que se votaba sobre la prohibición en España de la Internacional, ante el peligro inminente de movilizaciones obreras violentas, algo que acababa de suceder en Francia.

Castelar fue un demócrata en tiempos donde aún eran muy jóvenes esos ideales en nuestra nación, defendía la libertad de expresión y la libertad de reunión como dos de los bastiones más importantes en los que se asentaba la Democracia. Apoyó a la Iglesia en sus protestas por la supresión de las órdenes religiosas, a los carlistas en su proclamación de otro monarca, a los tradicionalistas en su defensa de las ideas que los llevaban a la cárcel y también a los obreros en su lucha por mejorar sus derechos laborales… y no compartía los principios de ninguno, al menos con los últimos no todos.

El que luego fuera presidente del Gobierno, brevemente, durante la I República, era por tanto escuchado por todos y alabado por muchos, (también vilipendiado y condenado) sobre todo por su dialéctica y la defensa de valores tan universales como la educación: “Luego trató el Congreso de la educación íntegra, de la educación total que necesita el trabajador. Y en efecto, el hombre, para ser digno de su ministerio en la sociedad y en la naturaleza, debe educar sucesivamente todas sus facultades, y al llegar a la madurez de la vida conocer el conjunto de relaciones que lo ligan con el universo material y con el universo moral, con el mundo que se dilata por los espacios infinitos, y el mundo que se oculta en la inmensidad de su conciencia. Así debe educar el sentimiento, la primera facultad que se despierta en su alma. Tras el sentimiento la fantasía, a cuya luz puede espaciarse en los cielos del arte. Tras la fantasía la inteligencia, que le dará las nociones más indispensables de la vida. Tras la inteligencia la razón, sin cuya luz no puede conocer ni la naturaleza en que vive su cuerpo ni la sociedad en que vive su alma. Tras la razón debe educar la conciencia, que le enseña el bien y el mal, que le impone el Decálogo de sus deberes. Sólo así el hombre se desprende de esa existencia sensual, vegetativa, semejante a un feto eterno, a las entrañas de la naturaleza adherido, y se eleva al cumplimiento racional de su destino en la tierra y a la aceptación moral de su responsabilidad ante el mundo”. No se qué pensaría alguien como Castelar un siglo y medio después, con todas las tecnologías invadiendo y compartiendo nuestra existencia: la televisión, los videojuegos, los teléfonos móviles, los ordenadores… Ni siquiera había radio ni cine, y sobre la prensa ya advertía de los peligros de creer como una certeza universal algo escrito en un periódico, sólo por el hecho de verlo escrito, algo que parece que siempre se ha considerado casi como sagrado.

Sin duda, 150 años después han cambiado muchas cosas, aunque otras no tanto. En vez de 18 o 16 horas que trabajaban los obreros, ahora se han reducido a la mitad. Al menos en Europa. También se ha acabado con la explotación infantil en las fábricas, aunque sólo en Europa. Se han reconocido derechos fundamentales como el de la huelga, aunque en algunos lugares de Europa, como España, se siga viendo como una afrenta a la nación y a la democracia. Y es que los movimientos sindicales, así como los ciudadanos libres (15-M), siguen sin ser bien vistos por la clase política que ostenta el poder, donde no existe ni un solo dirigente con las ideas tan claras ni la dialéctica tan atrevida en defensa de los valores democráticos como Emilio Castelar. Ahora solo hay discursos vacíos y palabras vacuas, promovidos por un discurso de pensamiento único trabajado a través de técnicas modernas de marketing y comunicación, donde las únicas conclusiones posibles son las más pueriles vistas nunca, defendidas por algo tan infantil como el “y tú más”. Conservadores (PP) y progresistas (PSOE) deberían aprender más de esos valores de los inicios de la Democracia moderna, ahora que se cumplen 200 años de nuestra primera Constitución.

Por supuesto, también deberían volver la vista a la antigua Grecia, donde Platón y otros pensadores ya fundamentaron los ideales de gobierno: monarquía, oligarquía y democracia, y como las dos primeras, mal llevadas, se encaminan hacia las dictaduras, y la tercera, mal gestionada, se hunde en la demagogia. Esto es, sin duda, lo que ocurre en nuestros días, tiempos en los que los gobiernos pierden cada día más poder ante las grandes empresas, multinacionales energéticas, financieras, farmacéuticas, automovilísticas, agroalimentarias, tecnológicas y armamentísticas, entre otras, impulsadas por el liberalismo y el capitalismo atroz que campa ahora a sus anchas al haber acabado con la otra corriente económica del siglo XX: el comunismo. Todos los poderes fácticos, incluido los religiosos, han acabado por rendir pleitesía al consumismo desaforado y al ocio impuesto a base de narcotizar a la sociedad con la televisión, la publicidad y las nuevas tecnologías, en un intento más que acertado de usar estas herramientas tan importantes en el ejercicio del control total de las masas, así como destruir derechos tan fundamentales para el hombre como la intimidad y el honor bajo el pretexto del entretenimiento.

Sin embargo, esas mismas herramientas son las que nos confieren la libertad y la igualdad, la posibilidad de aprender y de comunicarnos, la de educarnos e informarnos a través de una conciencia crítica y la de sumar unos conocimientos culturales y artísticos tales que nunca en la historia de la humanidad se han producido. Contamos con bibliotecas, hemerotecas y pinacotecas virtuales al sencillo alcance de cualquiera, catálogos de documentos, libros y enciclopedias escritos desde hace siglos, obras artísticas de todos los tiempos en distintos formatos… Estamos mejor educados en la cultura y el arte que nunca, aunque también sobresaturados de información y de mensajes.

Son tiempos ahora por tanto, en la segunda década del siglo XXI, de mirar hacia atrás en la historia para aprender lo que ha servido y lo que no, lo que se puede repetir y mejorar, y lo que no hay que emular ni consentir. No podemos cerrar los ojos o rasgarnos las vestiduras cuando alguien hable de esclavitud, de genocidios, de guerras fratricidas, de dictaduras, de xenofobia… Los siglos XIX y XX nos han dado multitud de ejemplos negativos que se han producido y que no me voy a parar a describir, aunque es bastante evidente que muchas aún no se han superado ni asimilado y perduran sus consecuencias en nuestros días. De la Internacional y los movimientos obreros se puede concluir que derivaron en el anarquismo violento y en la lucha contra la propiedad privada, además de en el alzamiento del salvaje estalinismo y el controlador maoísmo, pero también salieron de ahí ideas revolucionarias que aún siguen vigentes, aunque nos cueste admitir, como la cooperación o la solidaridad. La situación dominante en estos días agrava día a día las diferencias económicas en las sociedades occidentales, además de las injustas relaciones con los países del Tercer Mundo, a los que se impide crecer y disfrutar de las mismas libertades y garantías comerciales del Primer Mundo.

Contra el capitalismo lucharon en el siglo XX los comunistas, pero también en principio los falangistas, fascistas y nacionalsocialistas, que desembocaron igualmente en las dictaduras militares de España, Italia, Alemania y diversos países americanos y africanos. Sin embargo, el pensamiento conservador y reaccionario actual no echa de menos esa característica, sino las que suponen el control más efectivo de la sociedad y repercuten en la seguridad ciudadana, además de en el flujo de inmigrantes y el sometimiento cultural.

Abocados estamos, a pesar de los tecnócratas, a que las clases medias salgan de su letargo y proclamen su indignación ante tanta injusticia en estos días de recesión económica grave, que a pesar de lo que vaticinan tantos políticos, no ha hecho más que comenzar. Pero la palabra crisis no significa otra cosa que cambio. Pero debemos evitar que ese cambio sea sangriento y violento, y que el terrorismo se convierta en el único modo de llevarlo a cabo. Si la lengua es más poderosa que la espada es tiempo de demostrarlo. Si los grupos armados o los poderosos lobbys económicos hacen callar a los ciudadanos con sus distintas armas, más personas saldrán a defender sus derechos de libertad e igualdad.

Creo que en breve llegará el día en que los ciudadanos digan basta y quieran recuperar la soberanía democrática. En manos de los gobiernos actuales está la llave para retomar el camino correcto, de intervenir mucho más en la gestión y desarrollo de los países, porque si no estallará la violencia y esta nos llevará a la destrucción y a la ruina. De lo cual la humanidad se recuperaría, posiblemente, siempre a costa de los más perjudicados y donde todo cambiaría para que nada cambie. Eso no lo podemos volver a consentir. Dejo la decisión en vuestras manos.


Bosco Ferri.


P.D: Tomás Moro dijo: “Si viviéramos en un estado donde la virtud fuera rentable, el sentido común nos haría ser santos, pero si vemos que la avaricia, la ira, la vanidad y la estupidez rinden más beneficios que la caridad, la modestia, la paciencia y la inteligencia la rebelión está justificada, aún corriendo el riesgo de ser héroes”.

martes, 13 de marzo de 2012

Reflexiones sobre el 13 de marzo de 2004

Han pasado ocho años desde aquel día, jornada de reflexión de las Elecciones Generales celebradas el día siguiente y, quizá en parte, el día en que España volvió a partirse en dos mitades. Sólo dos días habían transcurrido del mayor atentado terrorista sufrido en nuestro país, ocurrido en Madrid, donde murieron más de cien personas y resultaron heridas otras miles, y solamente un día de la mayor muestra de solidaridad y condena a la violencia de la historia de España, donde millones de personas salieron a la calle de sus ciudades y pueblos para manifestar su apoyo a las víctimas y su rechazo unánime a lo sucedido.

Pero la unanimidad no duró ni sólo un día entero. Los partidos políticos, PP y PSOE, se encargaron de ello (principalmente el primero). Si ese 12 de marzo lloró hasta el cielo, en forma de lluvias torrenciales por todo el país, las lágrimas se nos secaron rápidamente cuando escuchamos al portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana, destacar que “parece que algunos quieren descartar que haya sido la banda criminal y asesina ETA”. Esta intervención pública, que mi madre y otros miles de personas afines al Partido Popular niegan que ocurrió, sucedió sin embargo ese 13 de marzo de 2004, cuando los medios de comunicación de todo el mundo ya hablaban del terrorismo islamista y de Al-Qaeda como más que posibles impulsores de esa barbarie. Además, Ángel Acebes, ministro de Interior, añadió que "nadie tiene ninguna duda de que ETA quería atentar antes de las Elecciones".

La reacción de los ciudadanos no se hizo esperar. Miles de personas, menos que el día anterior, salieron a la calle a protestar contra las mentiras del Gobierno, principalmente en las diferentes sedes del PP. Es más que probable que detrás de estas manifestaciones estuviera el Partido Socialista. Yo no lo creí en su día, pero tras ocho años de repetición del mismo discurso por parte de los medios de comunicación conservadores he creído al menos considerarlo factible y, por lo tanto, horroroso. Incluso una fuente tan conocida como la Wikipedia hace referencia a este hecho por la pasividad de la Junta Electoral. “Entre los tres días que acontecieron entre los atentados y la victoria socialista, se acusó y se acusa aún hoy en día, a varios miembros del entonces gobierno popular de declarar en varias ocasiones que había indicios para pensar que ETA había colaborado a cabo la matanza. Mientras tanto, en pleno día de reflexión electoral, se celebraron manifestaciones ante sus sedes acusándoles de mentir, hecho que no fue condenado por la Junta Electoral ni por los demás partidos. Posteriormente, tras avanzar la investigación, se descubrió la implicación de una célula islamista radical en el atentado”.

Llegó el domingo 14 de marzo, día de las Elecciones Generales, y el PSOE logró la victoria, arrebatándole el poder al PP (algo que escoció mucho a este partido político, que se define a sí mismo en sus estatutos como “de centro reformista”). José Luis Rodríguez Zapatero fue nombrado presidente del Gobierno y sucedió a José María Aznar en el cargo. Cabe recordar, llegado a este punto, que Aznar apoyó de forma abierta y notoria a los presidentes de Estados Unidos y Gran Bretaña, George W. Bush y Tony Blair, respectivamente, en la intervención militar en Iraq (rechazada por la ONU) en busca de armas de destrucción masiva, unos meses antes. Zapatero, líder socialista en la oposición, tomó el discurso del “No a la guerra”, apoyado por el sector intelectual y cultural del país, así como por millones de personas que se manifestaron en su día en España en contra de esa intervención militar.

Por tanto, reconocer ese día 13 de marzo que los extremistas islámicos habían ejecutado el atentado era reconocer un error que el PSOE y la ciudadanía le habían advertido previamente al Gobierno del PP. ¿Entonces por qué camino optó este partido aún en el poder? Pues por mentir abiertamente y decir que era ETA, la banda terrorista e independentista vasca, la autora de los atentados. Además, este discurso  del PP, ya en la oposición, y de los medios de comunicación más conservadores (El Mundo, Veo 7, Intereconomía, Telemadrid…) no varió ni un ápice en los ocho años posteriores a la masacre, ni siquiera después de cerrarse la investigación judicial y la comisión de investigación del Parlamento, donde ambas concluyeron que ETA no había tenido nada que ver con lo sucedido en Madrid el 11-M, si acaso ser contemporáneos de Al-Qaeda y violentos como ellos. Siempre queda un pequeño margen de duda sobre si esas investigaciones han llegado hasta el final, pero la relación con ETA aún no ha sido probada. Me parece fenomenal que algunos periodistas sigan buscando pruebas conspirativas fehacientes, pero lo peor es que el PP aún no se ha retractado de sus primeras declaraciones informativas. Aznar incluso comentó: “-No hay que buscar a los autores en lejanos desiertos…”. 

El discurso siguió esa línea porque, según el PP y sus medios afines, el atentado del 11-M y, sobre todo, las manifestaciones del día 13 de marzo en las sedes del PP provocaron la variación en el voto de miles de ciudadanos, lo que dio la victoria en bandeja al PSOE. Es probable que tras esos terribles días mucha gente cambiara el voto, pero yo no conozco a nadie. En mi entorno familiar, laboral y de amistades, los que iban a votar al PP lo votaron igualmente y los que tenían pensado el voto al PSOE lo hicieron así también. Por mi parte, no tenía ninguna intención de votar a ninguno de esos dos partidos y seguí con mi decisión ese domingo. Pero quizá hubo gente que sí le influyó lo ocurrido, no lo dudo, esos votantes indecisos que se supone son los que dan la victoria a uno u otro partido durante los últimos 30 años de democracia. Lo que no veo lógico ni aceptable es que de estas hipótesis, posiblemente ciertas, se saquen conclusiones erróneas.

Una de las conclusiones del PP es que el PSOE provocó que los ciudadanos culpáramos directamente y principalmente al PP de los atentados del 11-M, pero se equivocan: de lo que fueron culpables y aún no han reconocido fue  por mentir conscientemente ese 13 de marzo. Otra de las conclusiones fue, siguiendo la línea de la autoría de ETA, la connivencia del PSOE con esta banda terrorista, con la que se habían sentado a negociar en varias ocasiones cuando gobernaba Felipe González, entre 1982 y 1996. A esto se une además la negación por parte del PP de conversación ni negociación alguna con ETA cuando gobernaba José María Aznar (1996-2004). Otra mentira.

Hoy en día, 13 de marzo de 2012, Zapatero ya no es presidente del Gobierno y, desde noviembre de 2011, lo es Mariano Rajoy, quien fuera  ministro del Gobierno del PP esos años y candidato a las Elecciones Generales de 2004. Pues bien, ocho años después, yo, como ciudadano español, aún espero y deseo que el Partido Popular se retracte de lo dicho el 13 de marzo de 2004 y asuma que mintió a los ciudadanos al comunicar, el día de reflexión de las Elecciones Generales, que había sido ETA la que estaba detrás de los atentados del 11-M en Madrid, en vez de los terroristas islámicos. Si no lo hace, no estará legitimado para gobernar ni puede contar con mi respaldo como Gobierno ni como partido político al haber traicionado los valores de la democracia, la Constitución y el Estado de Derecho.

Por tanto, desde mi humilde blog espero poder difundir estas ideas para que lleguen al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a través de las redes sociales, tan de moda en los últimos tiempos.

Bosco Ferri.