viernes, 12 de febrero de 2010

El periódico como bazar

EL INCENDIARIO DE SEVILLA
EL TALAVERO

Cinturones, manteles, bisutería, cubiertos, platos, copas, complementos de moda flamenca, ollas, sartenes, utensilios de cocina, tazas, mantones, dvds, cds, esculturas de nazarenos en miniatura, juegos de mesa, gafas de sol, patinetes, cazadoras, cascos… Este es el listado de artículos que nos podemos encontrar a la entrada del Diario de Sevilla, objetos que ofrece en sus promociones este periódico de la ciudad hispalense que celebra sus 10 años de vida.

Su situación en el casco histórico, concretamente en la calle Rioja, parece indicio de su contagio con el estilo de los escaparates vecinos: tiendas de ropa, gafas de sol y zapatos muy modernas, de firmas conocidas y actuales, ansiosas de captar a unos posibles clientes que a diario recorren estas transitadas calles.

Esto es por tanto lo que se encuentra a diario cada uno de uno de los más de 300 trabajadores de este periódico del Grupo Joly, periodistas en su mayoría, que deben de extrañarse al girar la cabeza en el momento de su entrada a trabajar, conscientes de que algún día podrán confundirse y meterse por error en un comercio contiguo.

Es un ejemplo muy simbólico que explica la realidad de la prensa actual: el periódico se ha convertido en un bazar. El trabajo informativo de los periodistas y su producto queda reducido ante el discutible interés por atraer al público con objetos normalmente ajenos a la función periodística. Es la vergüenza diaria de saber que la labor informativa queda desvirtuada por el hecho de resultar no ser más que otra empresa que necesita beneficios económicos. Aquí, en Cuenca, Burgos o San Sebastián. La función social de ofrecer noticias veraces como medio de comunicación queda de lado y fracasa en la ilusión propia por tratar de contar unos hechos objetivos, noticias fiables escritas desde la parcialidad de tener que cuidar una imagen y sospechar que es más importante una vajilla original que un reportaje en profundidad.

Más preocupación por vender que por cuidar el producto real del negocio, la información, y también a los que la fabrican de forma artesanal y artística, los periodistas, pobres parias del sistema, críticos desilusionados y perdidos, funámbulos en constante peligro, diluidos en un mundo en constante cambio, en el que Internet ha hecho estallar el modelo clásico de negocio de los periódicos de papel, que de momento siguen vendiéndose.

Ese el terreno en el que ahora y en el futuro podrá expresarse un periodista, esclavo de la precariedad laboral actual y condenado a pelear como uno más entre lobos. Escribir de forma libre, sin censuras ni intereses económicos o parciales que resten credibilidad a unos hechos contados por un profesional de la información. La comunicación universal continúa en la red al servicio del narrador, del contador de historias en tercera persona, del analizador del contexto en el que vivimos, del mago de las palabras en la fabricación de puzzles, del manipulador que rellena unos espacios en blanco, del cronista que relata historias desconocidas, del culto bohemio que teme el rechazo, del soberbio adalid de las causas perdidas, del pirata rampante desnudo ante el juicio popular…

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